Para cerrar el ciclo de escuelas de padres de este año, donde hemos hablado de la modificación de conducta; si es mejor poner castigos o consecuencias y hemos hecho talleres sobre la importancia de poner normas y límites o como educar en la felicidad,…, os vamos a dar algunas pautas sobre las alternativas al castigo que podemos poner, ya que siempre es mejor usar consecuencias que castigos.
Muchos, por no decir todos, los padres han crecido en una educación que creía en el castigo y en que los adultos tenían el poder, por lo que para ellos el castigo es un buen método, por lo que educaran a sus hijos en el. Por lo cual el castigo se va a ver como algo normal y frecuente.
El castigo es una herramienta eficaz e inmediata ante un mal comportamiento, y lo usa el adulto cuando se siente desbordado por la situación o sus propias emociones. Cuantos son los papas que en los talleres o en consulta dicen, al reflexionar, que son ellos los que están nerviosos y lo pagan con los niños. Seguro que alguna vez te ha pasado a ti.
Pero el castigo tiene consecuencias negativas en el niño, ya que afecta a su autoestima, aprende que el castigo es la única herramienta para resolver los problemas y, lo más importante, no le enseña lo que debe de hacer, sólo lo que no.
Por lo tanto, esta será la primera alternativa:
- corregir los comportamientos erróneos del niño. Lo podemos hacer hablando con él o mediante modelado/observación.
- preguntar en lugar de acusar “¿qué ha pasado?”, “¿qué crees que va a pasar ahora?”, “¿cómo podemos solucionar esto?”,…
- no atribuirles intencionalidad. Los niños no quieren portar mal y desagradar a los padres, si no que se comportan así por aburrimiento o porque no tienen la alternativa.
- no luchar contra él. Cuando esté en plena rabieta, no se puede hablar ni negociar con él, por lo que hay que darles tiempo y espacio para que se calmen.
- pero lo mismo pasa con nosotros, cuando estamos estresados, es mejor no entrar en negociaciones hasta que no nos hayamos calmado, respirado y lo veamos todo desde otra perspectiva. Los niños no pueden hacerlo por ellos solos, por lo que les debemos ayudar a relajarse, ya sea los dos juntos o por observación. “Mama está nerviosa, ahora no puedo atenderte. Cuando esté más tranquila voy a buscarte”.
- hablar en positivo. En lugar de decirles lo que no deben de hacer o lo que están haciendo mal, hay que hacer un gran esfuerzo por nuestra parte y reforzar más lo que si que hacen bien y lo que deben hacer. Por ejemplo en lugar de decirle muchas veces que se está levantando de la mesa y que vuelva a sentarse (que sería lo que no queremos que haga), le diremos cuando se haya sentado a comer lo bien que está y lo contentos que estamos de que esté sentado con nosotros en la mesa. Y sobre todo sin gritos, ya que de esta manera sólo le estamos enseñando a hablar a gritos.
- poner límites, que los conozcan para saber lo que les está permitido. También les podemos explicar las consecuencias que tiene traspasarlos, las cuales serán naturales. Es decir que si tira la comida la tendrá que recoger, si se está bañando y tira agua fuera la tendrá que limpiar, si juega tendrá que recoger,…
Y todo esto acompañado de una gran dosis de paciencia.